Texto: Diego J. Casillas Torres · Fotografías: Turismo de Hornachos / Diego Casillas
10 January 2024 | Fuente: www.miextremadura.com
Hornachos es tres veces paraíso (natural, patrimonial y gastronómico). También un lugar donde viven amig@s y personas entrañables para mí. Gente a la que quiero, que me han arropado y me hacen sentir apreciado. En Hornachos he sudado la gota gorda subiendo cuestas en verano y pasado frío fotografiando estrellas en invierno. Ycasi siempre he regresado a mi casa con una sonrisa de oreja a oreja, porque se me antoja mágico e incluso enigmático a veces pero siempre entrañable.
Mi primera salida a finales del confinamiento, usando el “salvoconducto” profesional, fue para subir a su castillo (Hisn Furnayus) y grabar la salida del sol. Aproveché para desayunar café que llevaba en un termo y pan con mantequilla que tosté con un soplete de bolsillo. Aquél fue uno de esos momentos que no se olvidan nunca. Quizá el ansia de libertad, porque había conseguido escaparme de un encierro terriblemente largo y desacostumbrado, me hizo sentir el picotazo del carácter de Hornachos, ahí abajo, mientras lo observaba encaramado desde uno de sus maltrechos muros.
Sí, Hornachos es una población con mucho carácter. Es un carácter amable, cercano, marcado por una rica historia que dejó episodios únicos no vividos en ningún otro lugar a lo largo de los siglos, también alegre. Y es ese carácter el que el ser humano, desde los tiempos más remotos, quiso dejar impreso en decenas de abrigos rocosos con llamativas pinturas.
Otras culturas dejaron su impronta, entre ellos quizá las más significativas fueron la del pueblo islámico y la de moriscos y mozárabes que nacieron de la simbiosis entre las religiones musulmana y cristiana. Los pobladores islámicos nos regalaron una extraordinaria fortaleza encumbrada en una cresta rocosa que, desafiando el tiempo y su exposición a la erosión, sigue mirando hacia la población actual desarrollada siglos después.
Por su parte, el legado morisco y mozárabe se hace presente en un entramado urbano adaptado a las pendientes del terreno y que conserva fachadas y edificios que conforman un conjunto arquitectónico de especial belleza.
Pasear por Hornachos es descubrir ese carácter. Hay que subir al Pósito para conocer su Centro de Interpretación de la Cultura Morisca y después bajar a la Iglesia mudéjar para quedarse boquiabierto contemplando el artesonado de madera y la columnata que lo soporta. Callejear serpenteando hacia arriba, hacia el origen de todo.
En sentido contrario, el agua baja de manantiales y corrientes ocultas desde la sierra buscando las cotas menos elevadas y lo hace discurriendo por conducciones que siglos atrás regaban las huertas moriscas. Aún hoy se mantienen algunas, más recientes, en el casco urbano coincidiendo con su paso. Otras veces, este agua brota en fuentes como el Pilar de Palomas, el de San Francisco o el Pilar de los Cuatro Caños originando puntos que antaño fueron de abastecimiento y encuentro para sus gentes, lugares de intercambios de chascarrillos y novedades. Hoy me siento en ellas para dejarme hipnotizar por el soniquete del agua. Cierro los ojos y respiro hondo. Estoy en casa.
Ya fuera de la población, el agua sigue brotando. Lo hace en La Fuente de los Moros y también en la Fuente de los Cristianos, que no hay que privar a nadie de lo elemental por sus creencias religiosas. Ambas fuentes se ubican en sendos parajes que mantienen un encanto especial y que han recuperado su accesibilidad y belleza después de las intervenciones del Ayuntamiento restaurando el empedrado de los caminos para conseguir darle un aspecto más acorde con su origen y situación.
Una noche de Febrero quise recorrer las dos para fotografiar estrellas y al levantar los ojos por primera vez de noche en la Fuente de los Moros, sentí como era devorado por el espacio. Esa sensación que me gusta llamar “vértigo inverso” y que solo siento cada vez que estoy bajo un cielo limpio. Orión me observa en la fuente de los Cristianos.
El trabajo de recuperación de los caminos se ha extendido también alrededor del municipio en los caminos que suben a la sierra, hacia el castillo, hacia “los escalones”. El resultado se traduce en una mejora importante de la accesibilidad aunque, claro, lo de “echarle piernas” es inevitable. La cuesta es la cuesta… y cuesta.
Subo hasta el castillo y después, en un último esfuerzo, llego al picacho, conocido como el Mirador de la Antena. Si desde el castillo se observa casi a vista de pájaro la población, la sensación desde aquí, más alto ¡905 metros!, es casi de vértigo. Un regalo, un verdadero “nido de águilas”, un observatorio en el que casi llega a apreciarse la curvatura terrestre. Ahí abajo está el castillo, y detrás el pueblo. Es impresionante. Me siento en una roca y dejo que el viento golpee contra mi cara. Percibo esa sensación de libertad, de que nada en este momento es importante ni urgente, incluso necesario siquiera, y solo quiero permanecer aquí, al sol, hablándole de tú a los buitres y milanos que vienen a ver qué soy y porqué estoy aquí.
La bajada por el Carrascal sirve para recuperar fuerzas y me lleva a pasar cerca abrigos enrocados, auténticos museos de pintura al aire libre. Ahí voy a gastar lo recuperado y nuevamente “echo piernas”, convencido de que es la última subida que voy a hacer en esta jornada. Llego a ellas, las veo, las fotografío y pienso en cuánto tiempo ha pasado desde que, posiblemente, una noche a la luz de una hoguera unos padres entretuvieran a sus hijos representando toscamente algún animal cazado o tal vez plantas o incluso a sus congéneres. Esa era la televisión del momento, la red social, el wathsApp, el suplemento dominical y tantas cosas como hemos inventado milenios después.
Y marcho, hago una última parada en la Fuente de los Moros para mirar hacia atrás lo recorrido, y sin enfriarme, y continúo por el Pilar de Palomas hasta El Casino, en la plaza. Félix, siempre amable, aunque lluevan chuzos de punta, con su eterna sonrisa y su gesto bonachón me tira una cerveza de grifo, y le cuento que hoy está bien ganada. Hablamos del pueblo, del tiempo que hace que no nos veíamos, de la gente, de cómo están las cosas, y la jornada se pierde en un murmullo, como el agua que desaparece de la vista pero que continúa su existencia.
No quiero terminar sin hacerte una pregunta. ¿Si yo he vivido esto, porqué no lo vas a hacer tú?. Hornachos está ahí, lo ha estado desde hace miles de años, y seguirá estándolo. Tú no vas a vivir tanto tiempo así que… ¿Porqué no lo compruebas en primera persona?. Y si te faltan aún motivos, te dejo algunos más.
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